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«Los odiosos ocho»: cuentas pendientes

En Cine y Series 15 enero, 2016

Beatriz Martínez

Beatriz Martínez

PERFIL

Tarantino escarba en la trastienda de los valores éticos, en el elemento más ambiguo del ser humano.

Un Cristo crucificado tapado por la nieve preside la primera imagen de Los odiosos ocho. Nos adentramos en el territorio más salvaje del viejo Oeste Americano, donde no hay moral, donde no existe la ley ni la justicia. Las heridas de la guerra continúan sin cerrarse, y precisamente esa es la materia, el odio reconcentrado y los fantasmas de la esclavitud, sobre la que hace girar Tarantino una película que constituye una continuación temática lógica a su anterior Django desencadenado, cuya acción se situaba antes de la contienda, y con la que además coincide en su condición de western reinterpretado desde su particular óptica, tan reverencial como iconoclasta.

A Tarantino siempre le ha interesado escarbar en la trastienda de los valores éticos, en el elemento más ambiguo del ser humano. Sus personajes se mueven por el egoísmo, la codicia, por los instintos más bajos de su naturaleza. Son crueles y despiadados, aunque en ocasiones aparezcan retratados desde el paternalismo que les profesa su progenitor. Por eso, para el realizador, el fin de la guerra y el proceso de regeneración que comenzó a instaurar el presidente Abraham Lincoln, son una entelequia, una quimera todavía muy lejana en un mundo hostil en el que solo prima la ley de la supervivencia.

Los odios ocho (Quentin Tarantino, 2015)

En su largo prólogo, el director hace uso de la fuerza del paisaje externo y exprime el fascinante score compuesto por el maestro Ennio Morricone hasta que nos lleva a su terreno, a una ratonera donde se encontrarán una serie de personajes que no son otra cosa que los despojos y los restos que ha dejado tras de sí esa guerra que, de alguna manera, sigue planeando en el subconsciente colectivo. Cuatreros, buscavidas, cazarrecompensas y forajidos. Todos con cuentas pendientes que saldar, todos con muchas cosas que ocultar. El director vuelve a utilizar el huis clos que le proporciona un espacio cerrado para reunir a todos esos personajes bajo un mismo techo y que se vayan destapando las intrigas y verdaderas intenciones de cada uno de ellos. Su esencia es teatral, profundamente áspera e incómoda, y de nuevo el virtuosismo del realizador vuelve a brillar a través de una puesta en escena de una gran elegancia y precisión, de raigambre extraordinariamente clásica.

Los odiosos ocho es un film que se cocina a fuego lento, una pieza de cámara, un western de suspense que va tomando forma poco a poco y que va reconfigurándose de manera interna constantemente a medida que trascurre la narración. A Tarantino siempre le ha gustado jugar con las expectativas de la audiencia, de una manera muy metódica y meditada, para extraer todo el jugo posible a los elementos que maneja a través del uso de la tensión atmosférica y la transgresión de las convenciones de la narrativa y la dramática tradicional.

Samuel L. Jackson en "Los odiosos ocho"

Los cambios radicales de tono, las idas y venidas de una narración zigzagueante, los flashbacks explicativos, los estallidos de violencia inesperada y los diálogos dilatados y discursivos: Todo su universo creativo intransferible vuelve a estar presente en esta ocasión, pero siempre de una manera diferente a todo lo anterior. Siempre con algún destello de genio súbito que consigue que reinvente su propia mitología simbólica: Una carta del presidente Lincoln a modo de MacGuffin, una voz en off omnisciente, la del propio realizador en el epicentro del relato, que cambia por completo la perspectiva narrativa, un escenario icónico, la mercería de Minnie y un clímax final al borde del delirio que resitúa toda la película dentro de los límites del horror. Son solo algunos de los hallazgos de esta nueva portentosa película de Quentin Tarantino.

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