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Cultura

El nuevo «Yo, precario», de Javier López Menacho

En Hermosos y malditas, Cultura 1 noviembre, 2022

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Cuando se reeditó (Yo, precario), la precariedad seguía allí. Y aunque la precariedad no hubiera venido, como suele decirse, para quedarse, aunque este libro singular publicado originalmente en 2012 por la desaparecida Los libros del lince hubiera acertado al retratar tan solo una realidad coyuntural (la situación laboral que siguió a la crisis financiera de 2008) ya habría sido suficiente. Sin embargo, la oportunidad de la reedición de Yo, precario de la mano de la ilusionante editorial valenciana La caja Books se ve avalada por una fina reflexión de ese lúcido observador de lo social que es Javier López Menacho (Jerez de la Frontera, 1982): hoy la precariedad «luce radiante, vigorosa, con nuevas y sofisticadas formas de afiliación».

Se ha reditado, así, diez años después, Yo, precario, (La caja Books, 2022) la crónica sobre la precariedad de López Menacho y lo segundo que cabe decir de esa historia personal, de esa vivencia propia de lo precario es que se trata de un clásico reciente en la narrativa de no ficción en castellano, uno de los títulos clave para comprender las primeras décadas del siglo XXI.

El volumen en La caja Books, divide en negro, inteligente y cronológicamente el testimonio socio-literario de López Menacho en seis partes (una reestructuración amplia y generosa de la edición inicial) añadiendo a lo que sucediera en 2012 «El espíritu de la mascota», «La tabacrónica» (que pasa de Intermedio a segunda parte), «Crónicas de bicicleta», «Crónicas de campeonato», dos novedades que, aun con los perceptibles cambios en el ánimo de la voz (López Menacho aparece ahora más seguro, casi empoderado), cierran francamente bien el cuadro de lo precario, la delusoria experiencia sindical, «Sin sindicatos» en el año 2016 y el retorno a una temperatura laboral, «Aquella vieja conocida» (2017: su última experiencia en el inventario de ropa interior en horarios intempestivos), para cerrar con la «Breve historia de un libro precario».

Muchas páginas atrás, el nuevo y jugoso Yo, precario ha abierto con un prólogo de Laureano Debat («Desde el rescoldo») que a mi juicio, constituye todo un hallazgo al haber encontrado, Debat, la manera tan solo aparentemente sencilla de presentarnos al protagonista, «Javi», en tercera persona, en una clarividente y afectuosa descripción que acaba de dotar no solo de verosimilitud las andanzas precarias que habremos de leer ya en boca del protagonista, sino también de una conmovedora complicidad y cercanía.

Javier López Menacho

El autor entre Lidia Caro y Jesús García Cívico. Foto: Bangarang.

La primera elección afortunada de Menacho fue escribir desde el interior de una mascota, Javier en calzoncillos en el interior de una chocolatina entregado a la labor de promoción. Concurrían en esa posición un sinnúmero de metáforas de la precariedad: la desnudez como vulnerabilidad, el encierro como privilegiado  ámbito de reflexión (de Diderot al Marqués de Sade), la falta de aire como asfixia relativa a la lucha por la cobertura de necesidades vitales (una vivienda compartida, un muro en la construcción del futuro, un ingreso insuficiente para comer bien), la conciencia del yo interior, el amortiguamiento de la voz, el centro comercial como no-lugar en los términos de Marc Augé, la máscara con la que actúa con una suerte de eso que Peter Sloterdijk llama «falsa conciencia iluminada» sabiéndose víctima y cuasi-cooperante del gran engaño del mercado en la fase actual del capitalismo global.

Que pronto quede tan sutilmente apuntado que la totalidad de los trabajos descritos puedan observase irónicamente como una suerte de cooperación involuntaria con el sistema (mercadotecnia publicitaria a la telefonía móvil, de los vicios que bajan la autoestima a la épica del deporte de masas) revela que López Menacho sabe bien cómo construir una historia de muchas capas, esto es, no solo describir el proceso de disociación, o lo que antes llamaban alienación, sino también, literaturizar la compleja poética del infiltrado.

Rápidamente también, llama la atención la ternura, la entrañable forma en que el trabajador que es López Menacho trata de dotar de dignidad a su labor desde una ética laboral hoy casi olvidada: hacer todo lo mejor que puede con lo poco que tiene.

Javier López Menacho

«El espíritu de la mascota», la parte más extensa anticipa todos los aciertos de este libro, la capacidad de López Menacho para describir y analizar, desde un didactismo nada afectado, la relación entre lo macroeconómico y lo más cercano, sus digresiones sobre sentimientos morales y su compromiso con valores como la solidaridad de clase, la amistad, cierto estoicismo sublimado «la incertidumbre de no saber qué hay más allá del mañana es en cierto modo, adrenalina pura, algo que te hace sentir vivo», un juicio del trabajo anti-clasista que sabe observarlo desde la contribución al bien común.

Y así entre análisis de la frustración y de la inocencia, sabios y humildes pensamientos sobre la identidad y el mundo, se suceden abusos, miradas a la infancia, sinsabores, humillaciones y guiños vocacionales en el entorno laboral (ese micro-poder salvaje al decir del jurista florentino Luigi Ferrajoli). Se alterna sabiamente entonces el humor y la denuncia, la radiografía del tercer sector más golpeado (la auditoría de máquinas de trabajo bajo el recelo de gestores de bares un tanto embrutecidos), pero la ironía siempre prevalece. La crónica sobre la identidad no podía ser completa sin la experiencia en el interior de unos de los opios de la sociedad de consumo: las competiciones futbolísticas como distracción generalizada, participación espuria en el éxito, como falsa conciencia o solidaridad con el vencedor. Los últimos episodios cierran un círculo, o mejor, sueldan una rueda de hierro inquietante (tras el empleo estable y la decepción sindical): el ratón siente la sombra del punto de partida.

Junto a las estructuras simétricas, los juegos con el espejo del ánimo, el cambio de voz (nosotros, tú, y primera persona), el equilibrio entre el contexto de descubrimiento (la experiencia) y el contexto de justificación (la feliz, por momento síncrona, redacción de este relato) y la sagacidad de algún bottle episode, Yo, precario, con todo lo afirmativo de su rótulo, evidencia la pericia narrativa del escritor López Menacho en lo que toca a la introducción de pasajes oníricos, de cambios de voz, de fragmentos líricos, de capítulos poéticos («Te doy mis ojos») de «principios básicos», de crítica del orden, de pensamientos sobre la dignidad, de líneas de ritmo acelerado (cuando toca), de subidas de tensión (el asalto callejero en la tabacrónica), de preocupación ante el retrato vitalista de jóvenes avejentados.

Javier López Menacho

Con algo del Kennedy Toole de La conjura de los necios y ecos, aquí y allá, de Salinger o de Loach (las líneas sobre la relación entre indigencia y precariedad, el temblor ante la inminente explosión del tropo del petardo), Yo, precario es ante todo un testimonio que funciona como retrato de los días (mejor, de las horas) que se suceden entre la vida y la época. Una suerte de memorias de la precariedad desde el asfixiante interior de una mascota en el mejor de los casos mal pagada (muchos de los trabajos precarios descritos por López Menacho no fueron finalmente retribuidos).

Y es ese finalmente el rasgo que hace de este libro, entre la crónica, la memoria, el ensayo, el testimonio literario y la novela (de no ficción, si queremos etiquetar), un caso único entre las aproximaciones al tema. Por citar solo algunas de las más conocidas, los trabajos de Guy Standing (uno de los impulsores del término «precariado») tanto Precariado. Una nueva clase social, como Precariado. Una carta de derechos, fueron lúcidas aproximaciones desde la teoría económica. Sin embargo, y a pesar de los inteligentes y comprometidos ecos del pensamiento comprometido de figuras de una politología y sociología críticas como Noam Chomsky o Zygmunt Bauman, la necesaria distancia del análisis científico (el mirador privilegiado) se antojaba, lógicamente, incapaz de aprehender la parte vivencial, básica para comprender el significado, no solo del trabajo precario, sino de su correlato existencial: la vida precaria.

Javier López Menacho

El lector de Yo, precario, sin embargo, se meterá en la piel de López Menacho como él ha sabido meterse en la mascota, por ello pasará la última página habiendo sentido la lucha y la desilusión, el lado feliz y trágico de los días difíciles, la irónica posibilidad de vivir de la mejor forma posible las pocas horas de raro-trabajo que la suerte y la política ha reparado. Por lo demás, junto al milagro de la empatía, están presentes en esta obra claves teóricas que nos cuentan de lo precario de manera más objetiva: la ruptura del vínculo social, la zona sucia del espectáculo, la nueva cuestión social, el laborocentrismo (y su reflejo en la construcción de la identidad contemporánea), la fábrica de la infelicidad y la pérdida de horizonte (la «lenta cancelación del futuro» de la que hablara Franco Berardi) el inquietante carácter procesual de la exclusión, por qué el precariado no es estrictamente lo mismo que los working poors y por qué hay algo fuera que sigue estando mal.

Y es que de la actualidad de lo precario da cuenta la extensión de lo que algunos filósofos políticos llaman «liberismo» (la parte económica de la ideología liberal), la distensión en la falsa conciencia ilustrada (o falsa conciencia iluminada como parece apuntar poéticamente la cubierta en la edición de La caja Books). Para Geert Lovink, el estilo de vida poliamoroso ya es parte integral de la condición precaria, un efecto, ni bueno ni malo, simplemente no buscado. Para autores como Terry Eagleton se trata de la conciencia de alienación, para Peter Sloterdijk la cara triste del cinismo, ¿quedan dudas acerca de la oportunidad de este librito fundamental?

Descontento epocal, desorientación, terror ante la creciente longitud de la brecha social, razones añadidas, en todo caso, al principal motivo para volver a este nuevo y ampliado Yo, precario, sentir y no solo conocer, como contada por un gran amigo, la compleja forma de vida de nuestro tiempo.

Hermosas: propuestas de renta básica universal.

Malditos: trabajos precarios de Walter Benjamin a López Menacho.

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